El misterio de la ternura como camino de esperanza y

consolación desde la misión de la iglesia

 

Recogimos las voces de las iglesias, las familias y los niños, que, entre septiembre del 2020 y septiembre del 2021 transformaron sus relaciones desde la ternura.   En medio del difícil contexto de la pandemia, el desconcierto de la enfermedad y en algunos casos de la misma muerte, miles de familias aprovecharon el encierro para aprender a convivir y hacer posible el evangelio con cada palabra bien dicha, en la calidez de las sonrisas, en el sonido silente de las caricias, en el acompañamiento en espacios reducidos y quizá lúgubres, pero llenos de la luz y la esperanza de la ternura; en la escucha, no solamente de las palabras, sino de los gestos y las acciones que hicieron evidente la solidaridad en medio del dolor.

 

Durante este tiempo, varias iglesias, entre ellas Iglesia de Dios Evangelio Completo en Guatemala se movilizaron para llevar la ternura tanto a lo interno de sus comunidades de fe, como a otros lugares donde ellos impactan la vida de las familias por medio de las capellanías.  Al inicio, con procesos de formación virtual, pero poco a poco, volvieron a lo presencial, incluso antes de que las iglesias en pleno volvieran a sus actividades presenciales. Con mucho compromiso y a pesar de los riesgos, ellos consideraron que era una oportunidad para que las familias pudieran transformar sus relaciones desde la ternura, al hacer volver tal como lo expresa el profeta, el corazón de los padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres (Malaquías 4.6).  

 

El compromiso de las iglesias y las comunidades de fe movilizaron a la transformación por medio de la ternura, la cual es comprendida como un proceso en el que el Espíritu Santo ilumina hacia el camino de la sanidad, trayendo a la memoria las experiencias vividas durante la infancia, y llevando a cada persona a resignificar estas experiencias para trascender por medio del perdón, la reconciliación y la restauración.   Las iglesias han expresado que es el Espíritu Santo, quien, de una forma amorosa, seca las lágrimas y les conduce por el camino profundo de la consolación: “no se han necesitados psicólogos”, expresan.   Es Dios, actuando en el corazón de cada persona de formas misteriosas.    

 

Las iglesias son testigos de cómo en una cultura en la que predomina el maltrato, el miedo y la culpa acompañan en un silencio inconsciente a quienes maltratan y a quienes son maltratados.   Las personas pasan muchos años de su vida, en algunas ocasiones con preguntas sin respuestas y en otras sin preguntas, porque en la vivencia de su cotidianidad, entienden como legítimos ciertos comportamientos, actitudes y sentimientos que causan dolor y hasta rabia, pero lo asumen como parte de la vida.   Sin embargo, al acercarse a la ternura, la persona parte de la vivencia y experiencia de sanidad y prácticas de nuevas formas de relación con sus hijos, familia y otros. No es sino hasta después de experimentar las relaciones de ternura en su propia vida, que se inicia el proceso multiplicador que modela y germina la ternura para otros.

 

En todo este proceso, las comunidades de fe fueron generadoras de ternura, desde su ardua labor se removieron las dolencias del alma y el corazón, para luego dar paso al resurgir de la esperanza. Muchas personas revelaron que, al reencontrarse con los dolores vividos en su infancia, estos se transformaron en momentos de luz, que denominaron los momentos de la luz del Espíritu Santo, para comprender lo que les estaba sucediendo, pero también para reafirmarse en nuevas formas de relación con sus propios hijos.   Resurge así lo que cambia los patrones aprendidos e instaurados como prácticas poco amorosas, para convertirse en formas de relación y prácticas de ternura.  

 

En aquellos años, con la incertidumbre provocada por el COVID 19, tengo en la memoria más profunda de mi corazón, el compromiso de las comunidades de fe por la vida y las familias.   Tan presente como si fuera hoy, también sostengo el último abrazo de la pastora Gilda Estrada, madre y abuela llena de ternura.   Estuvo junto a otros audaces voluntarios, en la facilitación de Bálsamo de Ternura. Era domingo, y aún los servicios dominicales no habían vuelto a la normalidad, pero aquellos líderes sabían que era urgente que el corazón de los padres se volviera a sus hijos.   Un mes después de aquel abrazo, Dios llamó a la pastora Gilda a su presencia.   Sin embargo, hoy ella es todavía un rostro de ternura, que vive en cada niña, niño, mujer y hombre en las que dejó una huella de ternura.  

       

A lo largo de estos años, he quedado impactada por el compromiso de hombres y mujeres, rostros de ternura que, urgidos en terminar con la cultura de la violencia y el maltrato hacia la niñez, se han movilizado desde el corazón y el amor de sus comunidades de fe.   Aunque son cientos de multiplicadores de ternura, necesito recordar el corazón de Flor de María Zabaleta, con quién recorrí el país llevando el mensaje de la ternura al liderazgo de Iglesia de Dios; Patricia Dávila, una mujer incansable y valiente, quien ha movido el corazón de capellanes y líderes de niñez que asumen la revolución de la ternura.   Las incondicionales Lourdes Cabrera y Liseth Baten, siempre dispuestas a servir y ser promotoras de la Ternura.   Recordamos también a la parroquia el Calvario en Cobán, en la que el consejo pastoral en pleno llevó la ternura a más de 30 comunidades. En el último año, también iglesia Vida Real se sumó al desafío de la ternura, donde los pastores Tania y Néstor Villela lo han impulsado con más de 600 voluntarios de Vida Aventura; y los pastores Marroquín, quienes han llevado la esperanza de la ternura a las mujeres privadas de libertad que cohabitan con sus hijos.   Todos ellos, comprometidos con la transformación del evangelio desde la comprensión de la obra de consolación del Espíritu Santo entre nosotros.   Mi gratitud a las miles de iglesias que nos iluminan por el sendero de la ternura.    

 


 

Escrito por: Mónica Ramírez. Gerente de Relaciones Eclesiales en World Vision Guatemala.