Escrito por: Paúl J. Urdaneta B.| Coordinador Técnico de Protección en World Vision Venezuela


 

En los últimos años hemos visto a muchas familias venezolanas separadas o distanciadas por la situación social, política y económica que sufren nuestros países latinoamericanos. Muchos han tomado la difícil decisión de migrar buscando nuevas oportunidades para sus seres queridos. Entre tantos relatos que escuchamos, hay historias que inspiran, porque en esencia los protagonistas son personas que sin necesidad de buscarlo, seguramente traspasaron fronteras con sus acciones reconocidas por otros, que los han considerado extraordinarios por el impacto o la trascendencia, por hacer de una acción inusual parte de su cotidianidad, y es así como se puede manifestar el fenómeno de los líderes y seguidores, personas visionarias que ven más allá de hasta donde alcanza la mirada, se imaginan y proyectan en el tiempo, plasman con relativa facilidad sus sueños, trabajan por ellos y convierten en realidad sus proyectos, guiando y animado a otros a hacer lo propio.

 

Hoy permítanme contarles de un estilo de liderazgo diferente, tanto así que es capaz de pasar desapercibido porque no responde a los patrones comunes, son historias locales que solo alcanzan un pequeño colectivo que por suerte conocieron, pero que no contaron con el patrocinio de la publicidad que transporta la información.

 

Cuando alguien inspira es porque está viviendo con congruencia los valores humanos que normalmente distinguen a los visionarios: la solidaridad, la hermandad, el respeto, el amor, el perdón, algunas personas son tan radicales en su modo de vivir los valores y conforme a sus principios y convicciones, que los llevan a hacer acciones en principio contrarias a lo que el común de las personas haría y por eso son hasta señalados por otros al no comprender a ciencia cierta la causa de esas acciones.

 

Hace algunos años conocí la historia singular de Doña María, ella había nacido y crecido en Colombia casi en paralelo al origen del actual conflicto armado que ha generado una guerra interna que lleva más de 60 años, focalizada en sectores especialmente vulnerables, lo que ha ocasionado millones de desplazamientos internos en ese país, situación que afectó directamente a Doña María. Siendo una adolescente, se vio forzada a desplazarse aun sin conocer mucho sobre las causas que habían ocasionado la ausencia de puestos de trabajo, el abandono de las tierras productivas, la aparición de prácticas como el secuestro y desapariciones forzosas.

 

Junto a parte de su familia partió a Venezuela, país que para ese entonces era considerado uno de los principales destinos de la región, por tener una economía sólida; su moneda referencial, El Bolívar, estaba consolidada como una de las más fuertes del mundo, lo que animó a Doña María a emprender rumbo a un lugar desconocido por los llamados caminos verdes, que no son más que vías alternas tipo trochas, usualmente controladas por grupos delincuenciales que sacan provecho de la necesidad humana, cobrando peajes para permitir el paso sin documentación entre un país y otro.

 

Según relató Doña María, mujer de fuerte convicción y fe cristiana, de no ser por la guía protectora de su Señor y Salvador, muy posiblemente no hubiese podido llegar a salvo a su nuevo y provisorio destino junto a su familia de origen con quienes cargando en solo un equipaje apresurado toda su vida, intentaban reconstruir lo que un día fue una familia.

 

En una entrevista concedida por la célebre escritora chilena Isabel Allende, quien también llegó a Venezuela como migrante a finales de la década de los 70, al igual que Doña María, manifestó que una de las situaciones más difíciles que puede vivir un ser humano es justamente la de ser migrante, porque en ese país de acogida por más facilidades que otorguen para la reinserción, para la acogida con soluciones similares a la del país de origen, nunca será plenamente feliz porque la decisión de partir forzosamente resquebraja la vida como un rompecabezas de piezas que no terminan de encajar por más que lo intente.

 

Doña María, junto a su familia de origen, conforme pasaron los años logró encontrar cierto cobijo y hasta incluso fue correspondida con el amor de un hombre al que conoció, ofreciéndole ese calor de hogar, y del cual nació un hijo, renaciendo así el amor y la esperanza, porque ya no solo luchaba por el restablecimiento de su vida sino la de una extensión de su propia existencia, fruto de su propia carne, por quien estaba dispuesta a dar el todo para sacarlo adelante protegiéndolo de todo lo malo que a veces se posesiona en el mundo.

 

Por algunos años la vida parecía sonreírle a Doña María, pero la incipiente manifestación de la enfermedad del cáncer se presentó en la figura de su madre, por lo que debió tomar la difícil decisión de volver a su país de origen para cuidarla, sin importar los riesgos latentes de retornar sola para no exponer a su pequeño hijo a los peligros inminentes. Por amor dio un paso que pocos son capaces de comprender: dejar a su hijo en los cuidados de su padre, sin saber que al ratonar a su país, la enfermedad se prolongaría y el conflicto armado estaría recrudecido. Doña María fue tomada en cautiverio y obligada a movilizarse nuevamente.

 

La fecha que había acordado para reencontrase con su pequeño hijo nunca llegó, los días se convirtieron en años y los años en décadas, hasta que su hijo ya siendo hombre y enfrentado ahora a un panorama en su país Venezuela similar al que llevó a su madre a dejar su tierra, se encontraba en la incertidumbre de no saber nada de su madre, de quien en sus recuerdos solo sentía ternura y amor desmedido. Él sentía la eterna necesidad de correr en busca de ese amor a pesar de los miedos, de los temores de ir a un país que seguía sumergido en un conflicto, pero allí estaba ella. No tenía más información que el nombre del pequeño pueblo de dónde había venido su familia materna, pues todos habían retornado años atrás, fallecido o radicados, a tal punto que se sentía confundido, con más preguntas que respuestas.

Llega el día en que los pequeños héroes se arman de valor. Contra todo pronóstico y con la protección del amor incondicional de Cristo, el hijo de Doña María partió al pueblo de su madre, con apenas el dinero suficiente para pagar el boleto y un par de noches de hospedaje. Inició el viaje muy temprano, cruzando la frontera en las mismas condiciones que su madre lo hizo, tan llenas de riesgos y peligros como siempre, pero no había nada que detuviera su camino.

 

Aunque quería llegar con la luz del sol al pueblo donde estaba su madre, llegó de noche, y preguntando por su apellido corrió con la suerte de quien es guiado por los ángeles: por casualidad le preguntó a una hermana de su madre, su tía Carmen, quien rápidamente lo guió unas calles al encuentro con ella. De camino le propuso a su tía que le dijera que era un amigo que traía una carta en nombre de su hijo, pero Doña María, al estar frente a ese joven, llena de amor y ternura extendió sus manos y dijo, “él no es amigo de mi hijo, él es mi hijo”, y en un abrazo eterno se volvieron a encontrar a pesar de los conflictos, las guerras y las divisiones. Dos personas que al igual que Bob Pierce conocen del amor, el perdón, la reconciliación y las ganas de trabajar por una Latinoamérica unida con puentes de ternura.

 

Una familia que migró primero de Colombia a Venezuela, y en ese tiempo la comunidad les brindó seguridad, confianza y oportunidad. Pero después las vueltas del destino les obligaron a retornar a Colombia en circunstancias similares y nuevamente se encontraron con una comunidad amorosa que les abre los brazos y la posibilidad de un nuevo comienzo.