Escrito por: Gabriel Girón | Especialista en Fortalecimiento de Capacidades a Iglesias para World Vision El Salvador

 


 

La práctica de la ternura se sitúa en el horizonte del paradigma de crianza, del entorno familiar y de las relaciones de padres e hijos. Se ubica actualmente en el centro de interés, no solo para las iglesias, sino también, para las organizaciones basadas en la fe que buscan contribuir al cuidado y protección de la niñez, a través de principios, leyes y, sobre todo, de prácticas de ternura que transformen la experiencia de la niñez en un entorno libre de violencia, evitando así, la vulneración de sus derechos y de su dignidad.

 

Pero, aunque hay un interés de ver a la ternura como la fuerza de transformación en la vida de las niñas y niños, hay ciertos obstáculos a los que se enfrentan las iglesias, las OBF y las comunidades. Uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de la niñez es el adultocentrismo, cuya esencia es que todo está pensado desde los adultos y para los adultos, esto se ve reflejado desde los espacios eclesiales y de convivencia, las estructuras y la atención, que, en gran medida, están diseñadas para satisfacer a los adultos dejando fuera las necesidades de la niñez.

 

Así lo afirman Pinedo y Segura (2015)

 

El adultocentrismo presente en nuestras sociedades da lugar a que los niños y niñas sean víctimas del maltrato, la violencia y la exclusión debido a que existen comprensiones naturalizadas sobre el supuesto lugar de inferioridad que poseen. Ahora, ¿afecta esto en nuestras iglesias? Lamentablemente la respuesta es afirmativa. Podemos ver este adultocentrismo presente en nuestras comunidades eclesiales en el lugar secundario que tienen los niños, niñas y adolescentes en la organización de la iglesia, y el poco protagonismo que poseen en las actividades consideradas como exclusivas de las personas adultas (p. 7).

 

Ahora bien, debemos considerar que para una práctica tierna que transforme el contexto vital de las niñas y niños deben darse ciertas condiciones, que vienen a ser, los ladrillos con los que construimos un entorno de cuidado, desarrollo y protección de la niñez.

 

Primero, tiene que haber una base desde la cual se debe partir para un cuidado con ternura hacia las niñas y los niños en las iglesias, las familias y la comunidad. Esto inicia desde el momento en que se decide que la niñez es el punto desde donde Jesús enseña a sus discípulos acerca del reino de Dios, y desde donde corrige actitudes y cosmovisiones adultocéntricas equivocadas. Una pastoral infantil con una teología enfocada en los niños/niñas funciona como correctivo para esta marginación o invisibilidad de los niños en el pensamiento más generalizado de la iglesia y la sociedad (Bunge, 2011).

 

Segundo, se hace necesario entender que la niñez se ha vuelto el nuevo sujeto de reflexión, así como el lugar teológico por excelencia para la iglesia, que, entre otras cosas, busca ofrecer una atención integral a la niñez latinoamericana, cambiando la imagen adultocéntrica que se tiene de Dios, desarrollando una labor pastoral centrada en las niñas/os y con compromiso ético en su beneficio.

 

Harold Segura (2015) propone un giro de la iglesia acorde al mensaje de Jesús cuando dice que:

 

La situación de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes en nuestro continente requiere que nuestras iglesias, instituciones y organizaciones cristianas coordinen y tomen acciones valientes a su favor. El mensaje de Jesús nos convoca a actuar en un doble sentido; a involucrarnos con la niñez en procesos que promuevan su bienestar integral y, por otra parte, a generar espacios en los que la niñez confronte nuestros modelos de vida adultocéntricos, y nos conduzca por caminos de transformación humana (p. 139).

 

Esto nos muestra que en la perspectiva bíblica y de Dios, hay una opción por lo pequeño según Mateo 13:31-32, esto significa, que la iglesia debe practicar la solidaridad con los más vulnerables (los niños/niñas) y ejemplificar las buenas nuevas a favor de la niñez. Esta práctica nos debe guiar a la transformación como proceso, que nos oriente a una doble vía: actuar aún más de los que hasta ahora hemos actuado por la niñez, y ceder espacios para que la niñez alcance lo mucho que puede lograr a favor de nuestro mundo adulto. En otras palabras, transformar y ser transformado. (Segura H. , 2015)

 

En esencia, debe darse una renovación en la pastoral infantil, es decir, optar por una participación eclesial variada (teólogos, líderes, pastores, cuidadores y formadores) con el fin de servir y atender integralmente a la niñez. Esto puede lograrse con una pastoral enfocada y con una renovación teológica a través de la niñez (Mt. 18:4-5).

La teología de la niñez encarna una práctica, en tanto que invita a un compromiso con la niñez. Su propuesta espiritual enseña a ser como niños y su método teológico consiste en hablar de Dios desde la pequeñez y la debilidad. Es un proceso (Bunge, 2011) y en este proceso, la iglesia debe ser la compañera constante de la niñez.

 

Una teología de la niñez debe procurar poner en el centro de su reflexión los siguientes aspectos:

 

  • La niñez como lugar teológico ya que, al ser un colectivo humano con problemáticas sociales propias, necesita su espacio para pensarse a la luz de la necesidad de atención, formación y protección.
  • La demanda ética a la iglesia de una atención integral hacia la niñez.
  • Comprender y aceptar al Dios que cuida, protege y acoge con ternura a la niñez (Dios escuchó al niño de Agar llorar en Gn. 21:8-21)
  • La propuesta de una teología de la niñez que asuma una práctica, que proponga una espiritualidad como la que se observa en Mateo 18:3, que asuma un compromiso ético hacia la niñez, y haga una crítica constante hacia el adultocentrismo (Marcos 10:13-16).

Por último, Es evidente que toda la sociedad es responsable de promover, garantizar y respetar los derechos de los niños y niñas como parte fundamental de la construcción de una sociedad democrática, justa, inclusiva y equitativa, que permita la sinergia y la cohesión social para la trasformación de la vida de las personas en cualquier etapa de vida. En este esfuerzo entran las iglesias y comunidades de fe, ya que se debe reconocer que existe un principio de corresponsabilidad entre la iglesia y la comunidad para garantizar los derechos de la niñez, y fomentar una cultura de transformación a lo largo de la vida.

 

La iglesia se vuelve un agente que planifica y ejecuta acciones de sensibilización y orientación sobre las formas de pensar y actuar de las personas enfocado en los derechos de la niñez y adolescencia en el entorno eclesial, así como una orientadora en la toma de conciencia sobre la importancia de la participación de la iglesia como parte del estado en difundir, sensibilizar y educar a los adultos para que comprendan que la garantía de los derechos de la niñez es la garantía de los derechos a lo largo de la vida.

 

Ya lo afirma Visión Mundial (WV) en su documento de Iglesias y organizaciones de fe, seguras para la niñez y adolescencia “La política debe ayudar a crear un ambiente seguro, positivo, y demostrar que la Iglesia u Organización de Fe asume con seriedad su responsabilidad de cuidar de ellos” (WV, 2014).

 

Basado en esta declaración se pueden establecer los siguientes criterios que deben focalizar el trabajo de ser una iglesia segura para la niñez.

 

  • Atender a la niñez en situación de riesgo.
  • Acompañar a la niñez vulnerable y vulnerada.
  • Lidiar con el adultocentrismo en la cultura y en las iglesias a través del giro teológico hacia la niñez.
  • La creación de políticas de protección de la niñez en la iglesia
  • Incorporar a la niñez en la vida cultual y eclesiástica.
  • Defender y enseñar en todos los niveles educativos de la iglesia que los niños y niñas son sujetos de derecho.
  • Ayudar a las niñas/os a tener un espacio para crear, crecer, participar y elegir.

 

Para cerrar esta línea de reflexión, sabemos que la imagen que el niño tiene de Dios, igual que la relación con él, sigue estando mediatizada por la familia. Por eso, le aplicará los rasgos de padre/madre que experimenta en su vida: es bueno, cariñoso, nos quiere, nos ve, nos cuida, nos ayuda etc.

 

El aspecto que queda claro es que el referente familiar y toda la experiencia suscitada en su interior, recaen directamente sobre el niño o niña, quien a su vez lo percibe mediante todo el proceso de conocimiento y aprendizaje, integrándolo a su propia experiencia, y desde esa interiorización construir una imagen apropiada o quizá desfigurada de Dios.

 

Por lo que la mejor forma para que las niñas y niños aprendan del amor de Dios es través de una práctica tierna de parte de los adultos hacia ellos y ellas, acciones tiernas que logren un impacto en su experiencia de vida, cambiando su entorno hostil y de violencia, por uno en el que el amor y el cuidado sean su resguardo.