Por: Laura Baltodano | Especialista en Fortalecimiento de Capacidades a Iglesias en World Vision Nicaragua.


 

            A lo largo de mi vida he servido en una iglesia local y Dios me ha dado el privilegio de tener algunas responsabilidades de liderazgo ecuménico a nivel nacional y mesoamericano a una corta edad. Estas oportunidades me han ayudado a crecer integralmente; sin embargo, cuando hago un alto y me tomo la tarea de ver a mi alrededor para buscar entre los que me acompañan aquellos niños y niñas que crecieron conmigo en la iglesia; y preguntarles que liderazgo están desarrollando y cómo se han sentido en su crecimiento, me doy cuenta que algunos se han quedado como miembros pasivos y otros se han ido de la iglesia porque no encontraron “oportunidad para servir” y esto es debido a que no fueron invitados desde su niñez al servicio del Señor.

 

            Ante esto me di a la tarea de analizar la lógica de trabajo de las iglesias; y lastimosamente nos encontramos en las iglesias locales pensamientos muy adultistas donde la niñez no es tomada en cuenta como parte del cuerpo de Cristo, se cree que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes son personas que deben madurar para tomar alguna responsabilidad dentro de la iglesia y su liturgia. En otras palabras, hemos invisibilizado a la niñez y en su gran mayoría nuestras comunidades de fe son para satisfacer las necesidades del adulto, es decir son adulto-céntricas en vez de ser Cristo-céntricas.

 

         Entonces me di cuenta que mi realidad fue distinta, pero no encontraba la razón hasta que tuve una plática muy seria con mi niña interior, quería saber si lo que había hecho de ella era conforme a lo que ella había soñado, además me intrigaba conocer cuáles fueron los motivos y las acciones que tomó para poder ser vista en un mundo donde ella, por su edad y nula experiencia, era invisible.

 

            Con una taza de café y en medio de un parque natural lleno de paz, tranquilidad, silencio y amor, espere pacientemente que la niña apareciera. Llego jugando con las flores de un gran sendero y en cuanto me miro salió corriendo donde yo estaba, me saludó sin mucho formalismo corrió a mis brazos y con un beso en la mejilla me dijo “¡GRACIAS! Has hecho justo lo que soñé, he estado presente en tu vida, en tus alegrías y tristezas, en tus luchas, en tus victorias y fracasos y aunque algunas veces la adulta “sabia y correcta” ha ignorado mis sentimientos, has sido sensible a mis necesidades y me terminas escuchando, aunque he de decirte que cuando me prestas atención las cosas las hacemos mejor”

 

            Sonreí ante su ímpetu y le dije: - Aquí estoy para escucharte, quiero saber tres cosas: si ¿estás satisfecha de lo que he hecho con vos?, ¿me gustaría recordar lo que has tenido que hacer para ser vista en un mundo tan duro? Y finalmente ¿qué puedo hacer para mejorar?

 

            Sus respuestas fueron interesantes, primero me dijo: - No lo has hecho nada mal, siguen habiendo áreas de mejora, pero hasta el momento has logrado muchas cosas, no tuve que hacer nada especial, Dios puso en mi camino adultos que me animaron a tomar responsabilidades a mi corta edad, fue gracias a esos adultos que me apoyaron y animaron que yo desarrolle mi liderazgo por ejemplo: recuerdo que cuando tenía 7 años en una cruzada evangelística un norteamericano llegó a la iglesia y al final de la prédica pregunto quién quería recibir al Cristo como su Señor y Salvador, yo levanté mi mano y él oró sólo por mi (me tomó en serio), agradezco a mis padres que en casa todos los días “jugamos al culto”, me gustaba participar de la liturgia que se hacia en la noche en mi casa, era un devocional, pero ellos decían vamos a jugar al culto y todos nos sentábamos en círculo con nuestras Biblias y aunque era una invitación a jugar, mostrábamos mucha seriedad, en esas noches aprendí a dirigir alabanzas, a dirigir lecturas bíblicas, algunas veces me tocaba llevar la reflexión y eso me gustaba mucho, en otras ocasiones mi papá o mi mamá dirigían la reflexión, pero hacia preguntas de comprensión donde mis hermanos (Massiel y Magdiel) y yo participábamos, al cumplir mis 10 años la pastora de turno de mi iglesia eligió a 4 niños (2 mujeres y 2 varones) para que lleváramos una corta reflexión un domingo en la noche, recuerdo que me tocó hablar sobre la puerta ancha y la puerta angosta, muchos adultos se molestaron porque eran chavalos y chavalas (niños y niñas) inmaduros los que iban a predicar en un culto tan importante, pero yo me sentía como la más dichosa de todas las niñas, cuando tenía 11 años me bauticé gracias al apoyo del pastor, porque recuerdo que habían diáconos y líderes que decían que no tenía ni la edad ni la madurez; sin embargo, el pastor de la iglesia me dijo que no me desmotivara, que Dios sí estaba muy contento por la decisión que había tomado; después me dieron el privilegio de ser el apoyo de la maestra de párvulos y eventualmente daba la clase dominical. Mis padres me enseñaron que era cristiana evangélica pero que tenía que respetar las otras denominaciones y yo estudiaba toda mi primaria en un colegio católico donde participé en la liturgia leyendo las peticiones, llevando la ofrenda al altar o leyendo la porción Bíblica de la misa cada mes. Cuando cumplí 16 años era una adolescente, pero asumí responsabilidades a nivel regional y luego a nivel nacional siempre había personas que creían que estaba jugando, pero encontré a muchas otras que me animaban a seguir adelante.

 

            La niña siguió hablando: - Considero que mi formación espiritual me ayudó mucho en la formación integral, gracias a la participación que nos dieron desde temprana edad hoy sos una mujer que te gusta enseñar a los demás, no te da pena hablar en público, te has interesado en desarrollarte a través del estudio y la investigación, nunca hubiese imaginado hasta donde podíamos llegar; pero eso se lo debemos a esos adultos que fueron sensibles con nuestras necesidades cuando éramos niñas y nos acompañaron en nuestro crecimiento con amor, gracias a ellos pudimos ver y sentir el amor el amor de Dios y su protección. Creo que ahora que ya sos una adulta sólo te pediría que seas mejor que esas personas adultas que nos ayudaron a crecer integralmente.

 

            Después de esta plática franca, sincera y muy objetiva he llegado a una conclusión. Para que la niñez en nuestras iglesias se desarrollen integralmente necesitan el apoyo de una familia sana espiritual y emocionalmente, de líderes que tengan memoria de su niñez y sean sensibles a sus necesidades, de personas responsables que brinden acompañamiento, protección, seguridad y cuidado a la niñez haciendo conciencia en las familias de su importancia, haciendo conciencia en la iglesia que ellos (niñas y niños) son parte activa del cuerpo de Cristo bajo la premisa que Jesús dijo a sus discípulos que de los niños y las niñas es el Reino de los Cielos, de pastores y pastoras que enseñen a la iglesia a amar a la niñez como Jesús lo hizo, finalmente de personas que estén dispuestas a desaprender lo que una cultura violenta (como es la latinoamericana) les ha enseñado en cuanto a la educación y crianza de la niñez y estén dispuestos a dejarse abrazar por el Dios tierno que invita a que llevemos a la praxis una Teología de la Ternura.

 

            Tenemos que aprender a realizar relecturas bíblicas con los lentes del Dios tierno, ese Dios que ama y protege a sus hijos e hijas como una gallina lo hace con sus polluelos, un Dios que con su amor restaura la vida de una prostituta y la dignifica, un Dios que ama como ese padre que mira a su hijo de lejos y corre a sus brazos para aún sin que se lo pida perdonarlo y restaurarlo. Seamos ese instrumento para que Dios mismo ame a la niñez a través de nosotros, porque sólo experimentando ese amor desde la primera infancia ellos y ellas aprenderán a amar de la misma manera y lograremos generaciones futuras, familias y comunidades más sensibles a las necesidades y problemáticas de la niñez, adolescencia y juventud, logrando que ellos y ellas sean personas resilientes dispuestas a cambiar pequeñas cosas en pequeños lugares para transformar pensamientos bajo la guía del Espíritu Santo de Dios.