Escrito por: David Noboa, Pastor de la comunidad Nuevos Comienzos en Quito, Ecuador

 


 

Una niña le preguntó a su papá.

—Papito, ¿cuál es el color que más te gusta de todo lo que ves?

—Bueno —respondió el hombre lleno de ilusión—, creo que el color que más me gusta es el color gris de los árboles. Aunque era más hermoso cuando las avecillas vivían allí.

—¿Qué son avecillas papá?

—Las aves eran pequeñas criaturas que volaban por los aires. Las había de todos los colores. Unas tenían plumas blancas y otras un copete de color rojo, algunas eran amarillas y otras combinaban su plumaje entre varios tonos verdes y azulados. Eran hermosas.

—Papá, y ¿qué pasó con las aves?

—Hija querida, las aves fueron desapareciendo cuando los árboles perdieron su color verdoso y se volvieron grises.

—Entonces, ¿los árboles eran verdes? —preguntó la pequeña con asombro.

—Sí, y tenían hojas de todos los tamaños y formas. Pero un día perdieron su color. Yo apenas era un niño cuando eso sucedió. Los ríos eran limpios y hasta se podía beber de su agua.

—¿Beber agua del río? Pero me has dicho siempre que nunca debo beber de esas aguas porque están contaminadas.

—Sí hija, antes se podía hasta nadar en ellas.

¿Imaginas un relato así?

 

Un futuro distópico donde la naturaleza no sea como la conocemos hoy, podría no estar tan lejos. Aun si no llega a ser tan grave como en el relato anterior, es inevitable que lleguemos a experimentar cambios sustanciales en la forma que vemos el mundo y la naturaleza.

 

El deterioro ambiental ha sido una calamidad con la que aún no hemos sabido lidiar. Todavía no hemos alcanzado a entender que cuando atentamos contra la naturaleza, lo hacemos contra el carácter del propio creador, porque la naturaleza es un reflejo suyo.

 

El libro del Génesis nos hace ver un escenario precioso que el creador entregó al ser humano con instrucciones precisas respecto de cuidarlo y protegerlo. Le pidió al hombre poner nombre a los animales, darles una identidad, reconocerlos como parte de su creación perfecta. Dios le hizo saber al ser humano que lo había creado todo para que él lo administre, no para que sea el dueño y haga lo que a bien tuviere, sino que se convierta en un mayordomo prudente y sabio mientras llenaba la Tierra de su descendencia. Designó lo que sería comestible, le enseñó a trabajar la tierra para que produzca fruto y la manera correcta en que los animales podrían ser una fuente de alimento. Plantas, animales, y una enorme cantidad de recursos naturales estaban allí para el servicio de los seres humanos.

 

Tenemos en nuestras manos un tesoro de valor incalculable y una misión vital encomendada al ser humano para que el lugar en el que habitamos siga siendo un paraíso disfrutable por todas las generaciones.

Se trata entonces de una misión generacional. Un estilo de vida que debe ser transmitido de grandes a pequeños. Amar y cuidar la naturaleza debe ser parte de una cultura perenne inherente al ser humano. Nuestro mundo, nuestro Edén, nuestra responsabilidad.

 

La página www.nationalgeographic.com.es menciona que actualmente tenemos 5200 especies de animales en peligro de extinción. Es un número enorme. Y sí, lamentablemente se debe al impacto que nosotros hemos causado en el planeta. Tamarinos, mandriles, ajolotes, osos polares, lémures, monos de nariz chata, pandas, monos narigudos, guacamayos militares, antílopes Saiga. No tenemos idea del sufrimiento que estamos provocando a nuestro hogar.

 

Entre una investigación y otra, me encontré con una foto impresionante. El río Machángara en el centro de Quito. Río al que el poeta quiteño Jorge Carrera Andrade, le había dedicado unos versos y que hoy es famoso por haberse convertido en un verdadero basurero. Ese río, hace solamente cien años estaba limpio. ¡Limpio! Apenas unas décadas atrás, el poeta lo llamaba “Machángara de menta”. Generación que vio el río cristalino y con el pasar lento de los años presenció su transformación en un espectáculo nauseabundo incapaz de albergar vida. Hoy se están haciendo algunos esfuerzos por limpiar su cauce, pero claro, es una medida reactiva tardía ante la impavidez que por demasiado tiempo nos ha impedido cuidar la bella creación de Dios.

 

Pero no, no todo es fatalista. En nuestro hermoso Ecuador, Kristofer Helgen, un zoólogo del museo de historia natural del Smithsonian, descubrió, hace apenas diez años, un mamífero que no estaba en ninguno de sus registros. El científico encontró registros de una criatura que había pasado de zoológico en zoológico y jamás se pudo reproducir porque equivocadamente lo catalogaban como parte de otra especie. Helgen revisó el ADN del animal logrando establecer que no pertenecía a ninguna especie conocida y encontró como lugar de proveniencia las montañas de los Andes en Colombia y Ecuador. Se trata del Olinguito, nombre que recibió gracias a su pariente cercano el Olingo, originario de Centroamérica.

 

Es que la naturaleza se esfuerza por permanecer, Dios la hizo fuerte, aguerrida, capaz de recuperarse de cada embate en su contra. La creación lucha por limpiarse, por levantarse, por mantenerse como instrumento útil para la humanidad pues para esto fue ideada. Y nosotros, los seres humanos, hemos recibido la inteligencia para cuidar su condición irremplazable.

 

¿Cómo haremos eso?

La única manera es cambiando nuestra manera de pensar respecto de nuestra participación en el mundo, propiciando una nueva cultura de cuidado al medio ambiente que se sostenga de generación a generación.

¡Te invito a soñar conmigo!

 

Imagina una generación que se levante con mejores criterios sobre el cuidado de la naturaleza y los animales, con una conciencia clara sobre el papel de mayordomos que nos ha sido otorgado por el creador del universo. Imagina ríos y mares limpios, hectáreas de bosques sanos que nos ayudan a respirar aire puro. Imagina niños que desde pequeños saben cuidar a sus mascotas dándoles una buena vida cuando están bajo su cuidado, imagina un mundo donde los animales no son maltratados porque se entiende que fueron diseñados por una voluntad soberana y que los recursos naturales no son desperdiciados sino aprovechados con sabiduría divina.

Amigos, Dios nos habla a través de la naturaleza:

 

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos.”

Salmo 19:1 (NBV)

 

La carta a los romanos habla sobre el gemir de la creación y su incesante anhelo por la manifestación de los hijos de Dios. La creación misma lo sabe, sufre como si tuviera dolores de parto esperando que nazca en nosotros la voluntad para ser lo que hemos sido llamados a ser, una generación responsable por cuidar el hogar que desde lo eterno nos ha sido confiado. Y si el cielo confía en nosotros, yo confío también.

 

¡Seamos los mejores administradores de la colorida creación de Dios!