Gladis Rivera | Coord.ª Téc. del Programa Espiritualidad, Protección y Educación en WV Nicaragua

 

Corazonar, es quizás la razón que origina nuestro carácter humano, lo que nos distingue de otros seres vivos. La cualidad que nos permite amarnos los unos a los otros, lo que nos hace ser tiernos, empáticos, solidarios, misericordiosos. En este sentido, ¿podríamos preguntarnos es Jesús nuestro referente primero en el sentir con el corazón? De manera personal, respondería que sí. Es él quien nos muestra un amor genuino, sin condiciones, sin interés de por medio, inclusivo… Un amor puesto en los más vulnerables, en los más inocentes, fija su reino en los niños y las niñas, como se expresa en el Evangelio de Mateo 19:13-14: …Jesús dijo: ‘Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos”.

 

Desde que nacemos somos puros de corazón, inocentes en nuestro actuar, sentir y pensar, ya de niños, jugamos, ayudamos y creamos lazos solidarios con otros niños y niñas sin mayores obstáculos, sin prejuicios. Jesucristo nos invita a dialogar con el lenguaje del corazón y el alma; a perdonar y a aliviar los sufrimientos e injusticias que sufren los más vulnerables a través de una mirada compasiva y misericordiosa.

 

Corazonar es la manera de comunicar desde el corazón, es la forma espiritual de establecer actos liberadores a través de palabras liberadoras, y lo podemos ver en la actitud de Jesús cuando había sido negado públicamente (Mateo 26:57-61) por aquel que lo había reconocido como el Hijo de Dios (Mateo 16: 16), su discípulo Pedro. Un gesto liberador en Jesús fue decirle: “¿Pedro me amas?” (Juan 21:16-17). Estas palabras calaron el corazón de la otra persona, expresándole así la inmensidad de un amor incondicional, restaurador, verdadero y capaz de reafirmar nuestro propósito en medio de diferentes circunstancias.

 

A partir de estas enseñanzas aleccionadoras del amor de Cristo a sus semejantes y a los niños, debemos retomar los elementos claves de la ternura y el amor al prójimo en la educación afectiva y con calidad desde las primeras etapas de la niñez y así, poder transmitirlas e irradiarlas a otras personas que nos rodean. Podemos preguntarnos entonces: ¿Qué garantiza una estimulación temprana afectiva, que avive los primeros sentires y sentido en la educación de los infantes? ¿Qué elementos motivadores tienen los niños, niñas y adolescentes para sentir que el aprendizaje académico y no académico cobra un sentido lógico y apasionante en su desarrollo integral y futuras vidas de adultos? ¿Qué nos anima como personas adultas a seguir creciendo, aprendiendo y educándonos? Muchas personas considerarían que la excelencia académica escolar, el reconocimiento profesional o el estímulo económico como respuestas acertadas a estas preguntas.

 

En cierta medida son respuestas válidas y oportunas. Sin embargo, cuando la educación se convierte en un proceso guiado y “sazonado” por valores como el amor, la ternura y la pasión por un determinado aspecto o bien, varios aspectos de la vida; este proceso educativo cobra un sentido especial: la educación entendida como un proceso recíproco de enseñanza y aprendizaje puesta para aprender, crecer y servir a los demás.

 

Alejandro Cussiánovich V.- maestro de educación primaria, sacerdote y pionero de la Pedagogía de la ternura en América del Sur aborda la necesidad de una educación basada en la ternura: “La Pedagogía de la ternura tiene que ver con una capacidad de afectuosidad respetuosa, en una relación marcada por el componente emocional, afectivo, por los sentimientos, como una manera de establecer un vínculo emancipador. En materia educativa y pedagógica, si no se establece un vínculo constructivo y positivo, no hay proceso educativo”[1]. Bajo esta concepción debemos partir de la comprensión y aceptación del carácter único de cada niño o niña, las características socio familiares de su entorno y las implicaciones de estos dos aspectos en los procesos educativos. La educación entonces, tiene que ser moldeada, adaptada y medible no sólo por indicadores académicos cuantitativos y cualitativos sino también por el nivel de progreso satisfactorio que siente y experimenta la niñez de su experiencia educativa: ¿encuentran los niños alegría, satisfacción o utilidad al ir a sus escuelas? ¿O, por el contrario, es la escuela un deber ineludible que les preocupa y agobia constantemente? ¿Es el maestro un aliado para crecer o es una figura a quien temer?

 

Las realidades educativas son distintas para los niños y niñas. Estas realidades pueden estar determinadas por sus antecedentes familiares, condiciones socioeconómicas del hogar, sus comunidades, sus religiones y aspectos culturales de la región de procedencia. El sistema educativo y el marco legal respectivo de una zona, también influyen en este proceso. A pesar de que las realidades puedan ser distintas para la niñez según la región, un aprendizaje común válido al final del día es que la educación acompañada por valores es un proceso que permite al niño a reconocer su humanidad, sus cualidades y aspectos a mejorar, le permite vivir la educación sin temores a caer y levantarse una y otra vez, a tener una relación más armoniosa con el maestro, a tener una vida más asertiva. En fin, La ternura, la empatía y la comunicación horizontal permite un rostro más humano de la educación y más cercano a los niños y niñas procurándose así un desarrollo más humano e integral de las sociedades actuales.

 

[1] Cussiánovich, A. y Schmalenbach, C. (Entrevista Nov. 2012). La Pedagogía de la Ternura – Una lucha por la dignidad y la vida desde la acción educativa. Diálogos 16, 63-76.