Desde la ternura de las niñas y los niños sanamos nuestra casa común

 

Parece ser muy usual que la casa en la cual habitamos termina siendo un lugar que ya no nos asombra y acabamos “normalizando” sus espacios, sus colores, sus detalles, sus muebles, sus funciones. Esa “normalización” hace que descuidemos la casa y le prestemos atención hasta que ocurre algún daño: una rajadura, una filtración de agua, un hundimiento en el piso, una falla eléctrica…Esa “normalización” nos hace olvidar que la casa es un espacio vital, en el cual conformamos y somos un hogar, donde nos encontramos seres que estamos emparentados y constituimos una familia.

 

De igual manera puede ocurrir cuando nos referimos al lugar que habitamos todos los seres vivos, nuestra Casa Común, a la cual se refiere el Papa Francisco en su carta encíclica Laudato Sí. Hoy nos enfrentamos a una grave crisis porque hemos descuidado la casa que habitamos. Existe la seria preocupación por el Cambio Climático que nos presenta un horizonte bastante desalentador, el cual, como dice Leonardo Boff en sus charlas y sus escritos, se calificar como ecocidio planetario”.

 

Lo más escandaloso es que, de todas las especies de seres vivientes que habitan la Casa Común, solo una es la causante de esta grave crisis que pone en peligro la existencia de todos los habitantes del Planeta Tierra: el ser humano.

 

Según el informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), presentado el 19 de marzo de 2024, sobre el estado mundial del clima, se “confirma que 2023 fue el año más cálido desde que hay registros…Se batieron récords con respecto al calor oceánico, el aumento del nivel del mar, la pérdida de hielo marino antártico y el retroceso de los glaciares”, entre otros datos alarmantes.

 

En nombre del desarrollo, se ha implantado la explotación de la naturaleza y sus recursos, con la mentalidad de desechar y consumir, con políticas económicas extractivistas y la contaminación por emisión de gases invernadero, entre otros. Esto genera ganancias inimaginables en manos de muy pocas personas. Esto deja en evidencia un pecado social-estructural (injusticia social): la inequidad en la distribución de las riquezas y la destrucción de nuestro hábitat, generando cada vez más pobreza, marginación y exclusión.

 

Cuando leemos en la Biblia el primer y segundo relatos de la creación (Gn 1,1-24a; 2,4b-25), se nos dice que Dios reconoce todo lo creado (incluyendo al ser humano, mujer y hombre, a su imagen y semejanza) como algo bueno (muy bueno), quedando satisfecho y complacido con ello. Se presenta todo en equilibrio y armonía debido a las relaciones basadas en el respeto, el cuidado, el amor y la dignidad de todos los seres vivientes entre sí y con la Tierra y sus recursos.

 

Este es el sueño de Dios: la convivencia fraterna, la práctica de la justicia y la solidaridad, el reconocimiento de la dignidad de los seres vivos y de la Madre Tierra como un ente viviente que nos sostiene, nos alimenta y nos permite trabajar dignamente.

 

La Laudato Sí nos invita a tener un proceso de conversión ecológica (LS 216-221), reconociendo que existen pecados concretos que atentan contra la Casa Común. Este proceso de conversión implica asumir y vivir una “espiritualidad del cuidado” que nos lleve a romper con el sistema hegemónico “ecocida” y que, en lugar de violentar los derechos de la Tierra y la naturaleza, nos movamos desde la ternura, que es ese amor, ese cariño que viene de las entrañas y nos mueve a la compasión, a la solidaridad, al anuncio del Reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).

 

Francisco de Asís, a inicios del siglo XIII, nos da la clave en su famoso Cántico de las Criaturas, reconociéndonos, los seres humanos, como hermanas y hermanos, y también con todas las especies de seres vivos del planeta, incluso con los grandes elementos: el fuego, el agua, el viento, la tierra y el universo entero.

 

Un principio fundamental del Evangelio es el Bien Común, con el cual se busca que prevalezca lo que es justo y bueno para la mayoría, especialmente para los más empobrecidos, por sobre el beneficio personal. Es una ética de la fraternidad, de lo comunitario. Por ello, la Laudato Sí toma en cuenta a las generaciones presentes y a las generaciones futuras (LS 159-162). En este caso, se convierte en un imperativo ético dejar la relacionalidad de la niñez, adolescencia y juventud entre sí y con su hábitat: la Casa Común.

 

Esto exige que se reflexione sobre qué estamos enseñando y transmitiendo en conocimiento y sabiduría a las generaciones que nos suceden. Es necesario que nos preguntemos cómo podemos cambiar este modelo hegemónico neoliberal de sometimiento y depredación voraz que nos enajena y aliena, desvinculándonos de lo que nos rodea, de todos los demás seres vivos, y de la Madre Tierra con sus recursos.

Es un reto encontrar un camino de toma de consciencia, ya que, al cometer ecocidio, también nos estamos condenando a muerte como especie humana. Es necesario pasar de una mentalidad capitalista-mercantilista que busca solamente dinero, ganancias, y pasar a la comprensión de que yo soy en tanto todo lo creado es, pues estamos interconectados.

 

Un camino seguro parece ser recuperar el contacto, la sensibilidad y el asombro ante la belleza de todo ser vivo, de los paisajes, de sus formas y colores y de los recursos que están para generan vida en plenitud y para toda la humanidad. También es un camino de reconocimiento de la cosmovisión de los pueblos originarios, comprendiendo que la Tierra es un ser vivo y que, además, tiene derechos y en la medida en que los respetamos, nos respetamos también. Esto nos permitirá recuperar algo que es inherente a los seres humanos, especialmente en la etapa de la niñez: la ternura.

 

La ternura provoca un amor incondicional que cuida, admira, respeta y reconoce la fragilidad y la vulnerabilidad. La ternura también es generadora de valentía y puede sustentar convicciones éticas. La ternura es una expresión propia de Dios, que rompe con las violencias y la dureza del corazón.

 

Una niña, un niño, al igual que una flor, un atardecer, una catarata, un lago, un árbol frondoso, la cría de cualquier ave… todos ellos despiertan con facilidad la ternura y nos mueven a crear y fortalecer conexiones profundas que nos vinculan directamente con lo trascendente, con Dios mismo.

 

Debemos preguntarnos qué ha provocado rupturas entre las nuevas generaciones y la Casa Común, y qué podemos hacer para despertar de nuevo esa conexión tierna y vital que nos orienta a cambios de mentalidad y de actuar. También es necesario detectar qué posibles obstáculos existen, para saber con claridad a qué nos enfrentamos.

 

Una de las cuestiones que más afecta esta relación de la niñez y adolescencia actual con su hábitat, es el acceso a tecnología que nos traslada a la realidad virtual, donde no podemos percibir el olor de una flor, la textura de la corteza de un árbol, la frescura de la tierra al caminar descalzos, la vitalidad del agua fresca de los ríos, el roce del viento con nuestra piel y el cabello, la adrenalina del contacto con otros seres vivos.

 

Ahora tenemos plantas plásticas en nuestras casas, jardines, oficinas y centros educativos. Ya no se tiene la experiencia de sembrar semillas, cuidarlas, verlas germinar y recoger sus frutos. No sabemos lo que se siente abrazar un árbol, una caminata en el bosque, escuchar los cantos de las aves y verles volar en libertad.

Sólo recuperando estas experiencias que implican nuestros cinco sentidos, lograremos que la ternura despierte de nuevo en niñas, niños y adolescentes y les haga sentirse parte de la creación y no sus dueñas/os.

 

Los sistemas educativos deben dejar de prepararnos para responder al sistema económico capitalista que solo busca depredar, consumir y necesita de víctimas para seguirse manteniendo su poder.

 

Hoy, más que nunca, estamos llamados a retomar los conocimientos ancestrales de los pueblos indígenas, la sabiduría del cuidado, del equilibrio y la armonía. Ello nos replantearía el concepto que tenemos de desarrollo y vivir bien, para confrontarlo con la propuesta del Buen Vivir de los pueblos originarios.

 

Hay niñas, niños y adolescentes que han visto cómo sus papás, mamás, abuelos, abuelas y otras personas de sus comunidades han sido y siguen siendo criminalizadas, perseguidas, encarceladas y otras veces asesinadas por defender los derechos del agua, de la tierra, de las semillas ancestrales no manipuladas genéticamente (transgénicos). Esto puede provocar dos sentimientos en las nuevas generaciones: valor para continuar en la lucha o miedo que paraliza y enmudece. La clave está en suscitar el sentimiento de ternura, para que afiance las convicciones y los valores éticos evangélicos que construyan el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva (Cfr. Ap 21, 1:8).

 

En Mt 18,3-5 Jesús nos dice que para entrar en el Reino de Dios, que acontece desde el aquí y el ahora, debemos ser como niñas y niños, que expresan la ternura vital que restablece y sana, y nos despierta la ternura empática al resto de la humanidad.

 

“Todo lo que amamos lo cuidamos, y todo lo que cuidamos lo amamos”

(Leonardo Boff)

 

 

Escrito por: Stuardo Marroquín, Coordinador de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Guatemala.   


 

Papa Francisco (2015, 24 de mayo). Carta encíclica Laudato sí. Editorial Paulinas. Colombia, 2015.

Biblia de Jerusalén Latinoamericana. Editorial Desclée de Brouwer. España, 2000.

Boff, Leonardo. El doloroso parto de la Madre Tierra. Editorial Trotta. España, 2022.

Boff, Leonardo. Ecología: Grito de la Tierra, grito de los pobres. Editorial Trotta. España, 2011.

Organización Meteorológica Mundial (2024, 19 de marzo). Informe sobre el estado global del clima 2023. Recuperado el 19 de marzo de 2024, de https://wmo.int/es