Liliana Pasos | Directora del Centro Educativo Fe y Alegría en Chiquimula, Guatemala

 

Al llegar a la escuela el mejor momento es el saludo y abrazo de los niños que corren a encontrarme, son mi mejor medicina, son mis personitas vitamina que me energizan y llenan mi día de alegría. Y este sentimiento me invita a ser embajadora de la ternura para mi escuela para que siempre sea una casa pintadita con los colores de cariño.

 

La ternura es afecto, empatía, cercanía es dar a nuestra parte más sensible y dulce es abrir el alma. Dentro del abanico emocional, esta es una de las que más alimenta nuestras relaciones a cualquier nivel valoro que todos debemos cultivarla como estilo de vida que la ternura sea un lenguaje que todos aprendamos a hablar y hay tanta riqueza en nuestro lenguaje para amar, comprender y acariciar con palabras desde el corazón.

 

Este trato da un colorido especial a nuestras vidas, tanto, que podríamos decir que experimentarlo a diario y hacer que los demás también lo sientan, revierte en nuestra calidad de vida. Gracias a esta dimensión nos conectamos con ese registro emocional donde emerge la armonía, la positividad, la confianza y la paz interior.

La comunicación necesita ternura, la convivencia y cada situación de vida necesita revestirse de palabras amables que inviten al corazón a abrirse para la escucha; una comunicación que sea una virtud que llevemos dentro, por donde transitemos con las personas que nos requieren con expresiones suaves, tiernas y llenas de cariño, pues un niño así tratado se siente amado y seguro, unido a ese vínculo esperanzador en su historia y por eso lo valora.

 

Los niños tienen el poder de generarnos esa adorable sensación de ternura que tanto nos agrada y nos vitaliza, hablan siempre con una sonrisa, palabritas puras de su corazoncito, nos dicen con cariño la verdad y con franqueza lo que sienten. Sin embargo, tampoco podemos descuidar un aspecto: ¿cómo les estamos hablando nosotros a ellos?, nosotros los adultos, sus guías, sus acompañantes, sus modelos y hasta sus héroes… los más pequeños necesitan grandemente de nuestros gestos amables, dulces y tiernos; detrás de cada uno de ellos hay una historia que necesita ser abrazada. Hay un dato muy importante, lo que ellos nos hacen sentir a nosotros es por un fin muy concreto: para favorecer el instinto de cuidado y atención que esperan. Por favor ya no más torturas de leguaje ¡Nunca les defraudemos! que “siempre” nuestro corazón les hable a través de nuestras palabras y expresiones de afecto.

 

La Biblia dice: “Las palabras suaves hacen ganar amigos y la lengua amable multiplica las respuestas afectuosas” es una invitación a la ternura, a hablar con sutileza para abrirle paso a la amistad que es el mejor medio para compartir la vida y disfrutar del cariño de las personas. Es un llamado a la blandura del corazón para llegar al corazón de otro.

 

Si pensamos en imágenes inspiradoras de ternura, pensamos en un bebé, una mascota que son cariñosas e inocentes, almas puras y responden a todos los estímulos con una sonrisa o una caricia. Pienso que la imagen más feliz de la ternura es la de la madre o el padre hablando cariñosamente a su hijo en brazos, no es nada extraordinario, solo aman.

 

Simplemente reflexionemos ¿cómo adulto, que responsabilidad tengo con los niños? La respuesta es “cuidarlos, acompañarlos y guiarlos” o sea que nos ayudan a volvernos cuidadosos, de eso se trata, de asumir con sutileza este gran compromiso desde el corazón: corazonar el trato y corazonar las expresiones. Y no solo de cuidar a los niños y a los ancianos; también los jóvenes y los adultos deben aprender a cuidar y a dejarse cuidar, que muchas veces esto es más difícil, tanto jóvenes como adultos deben aprender a cuidarse unos a otros y a tratarse con ternura, comprendiendo que amar es cuidar y así de simple. Así de profundo.

 

Valoremos la importancia de corazonar en el decir, poner el corazón en cada palabra que dirijamos a los niños, a los abuelitos y a todos los que se acerquen a nuestra vida. Porque si queremos hacer un mundo más humano, hemos de aprender a mirar a cada uno, como alguien que vale por sí mismo. De esta manera el cariño familiar se ensanchará hasta hacerse verdaderamente global de forma que el mundo se transforme en un hogar.

 

Para la ternura siempre hay tiempo! La ternura renuncia al control del tiempo. La prisa se opone a la ternura; la ternura es lenta, la prisa es violenta. No hay ternura apresurada, no hay amor con prisas. Quien ama no tiene prisa.

 

La expresión del Papa Francisco sobre “La revolución de la Ternura” nos viene a decir que lo verdaderamente revolucionario es que nos queramos unos a otros y que no tengamos miedo de expresarlo así.

 

Al escuchar esta expresión, viene a mi mente las historias de varios de mis alumnos que con lágrimas o sonrisas o enojos, nos abren su corazón y abren el libro de su historia y muchas de ellas vienen con dolor hablan de gritos, incomprensión, mal genio, discusiones, malentendidos, clamorosos silencios… y cantidad de conductas desafortunadas que con frecuencia afligen a tantas familias. Como escribe León Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen, mientras que cada familia infeliz es infeliz a su propia manera”.

 

Decir que la ternura es revolucionaria no significa que a base de besos y de caricias puedan resolverse todos los problemas, pero sí, con el corazón y el alma puesta en nuestras relaciones, nuestras respuestas y aplicando una ternura inteligente pueden cerrarse heridas a nivel familiar, pueden pensarse mejor las relaciones laborales para minimizar los conflictos y puede aminorarse la beligerancia social. Nos enternecemos porque amamos y la revolución de la ternura se nutre del amor. Fue conmovedor el discurso del papa Francisco en Filadelfia, hablando de la familia, cuando, ante la ingenua pregunta de un niño: “¿Qué hacía Dios antes de crear al mundo?”, tuvo que improvisar una respuesta: “Antes de crear al mundo… Dios amaba”.

 

¿Cómo expresamos el amor a quienes nos rodean? Sin duda, son muchas las formas y han de adaptarse a las circunstancias de lugar, de tiempo, de tradiciones culturales y de situación de cada uno, pero quiero apuntar en tres:

 

  • La escucha serena: en palabras de la Madre Teresa de Calcuta, “estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados, nos enseña algo sobre el amor”.
  • Pedir perdón y agradecer: es necesario en muchas circunstancias aprender a pedir perdón, a decir lo siento, me equivoqué, y como enseña el papa Francisco— exige también emplear muchas veces esas otras dos expresiones tan típicas del cariño: “gracias y por favor”.
  • La sonrisa y la caricia: Los seres humanos llevamos el alma a flor de piel y una sonrisa o una caricia cambian nuestro día. Cuántas veces un malentendido, una discusión, un disgusto con quien queremos queda relegado al olvido simplemente con una caricia amable, con un beso. No hacen falta palabras; más bien sobran.

Los invito a todos a atreverse a dar más abrazos, más besos, más caricias, más sonrisas, más escucha, acompañados desde el “corazonar en el decir” con palabras mágicas: más “gracias”, más “perdón”, más por favor. Tengamos presente que la revolución de la ternura comienza siempre por los que tenemos más cerca.