Escrito por: Daniel Yépez | Coordinador de educación para World Vision Perú.

 


 

La creación en peligro para los propios seres humanos

 

En junio pasado, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas declaró que la era del calentamiento global terminó y pasamos a la era de la ebullición global, es decir, que la crisis ambiental llegó a un punto crítico que provoca una serie de eventos ambientales extremos, como las altas temperaturas. Para la ONU, la responsabilidad de todo este daño ambiental somos los propios seres humanos (González, 2023). Sin embargo, somos los propios seres humanos quienes tendremos un sufrimiento incalculable si la crisis climática se mantiene, por lo que se necesita cambiar nuestra forma de interactuar con la naturaleza. Esta crisis está muy relacionada con el estilo de vida del consumo y destrucción de los ecosistemas que involucra directamente a consumidores e industrias (Escobar, 2019). La crisis climática afecta a toda la humanidad, especialmente a los más vulnerables. Parte de esta población son las niñas y niños en situación de pobreza, de poblaciones indígenas, rurales y peri urbanas: ellas y ellos sufren con la crisis alimentaria, las inundaciones, lluvias intensas, sequías, deslizamiento de tierras, incendios forestales y cierre de escuelas.

 

Al dañar al medio ambiente, nos dañamos a nosotros mismos como especie humana. Pensar en la creación como la integración de organismo y sistemas complejos (Castro, 2013), de la cual somos parte y no ajenos, ayudaría a comprender mejor el rol de cuidado que tenemos con la creación. Enfatizamos el rol del cuidado del ser humano ya que uno de los principales peligros para cuidar la creación son las posturas negacionistas sobre la crisis climática que circulan en diferentes ágoras, medios de comunicación y redes sociales, negando la evidencia científica y empírica, envolviendo así en un conjunto de mentiras y dudas a la opinión pública. Estas posturas, motivadas por intereses ideológicos, políticos, materiales y económicos, se expresan en algunos casos en la negación de la existencia de la crisis ambiental, en otros en la aceptación del cambio climático, pero como un ciclo natural en donde el ser humano no tiene responsabilidad o que los impactos de la crisis ambiental no son perjudiciales para el ser humano, incluso afirman que son beneficiosos (López, 2021).

 

Cosmovisiones para el cuidado de la creación

Desde las narrativas que se construyen, las personas actuamos e interpretamos la realidad, “como el hombre piensa, así actúa, así es él” (Proverbios 23:7). Es aquí donde entra en disputa una serie de cosmovisiones sobre la realidad y las relaciones de los seres humanos con la naturaleza. La cosmovisión es una forma grupal de mirar e interpretar cognitivamente el mundo y está compuesta por una serie de convicciones que nos orientan en el mundo mismo, estas surgen de la misma experiencia de vida y están determinadas por un conjunto de factores como la familia y comunidad donde vivimos, así como la formación e información que tenemos (Santos, 1981). En relación al medio ambiente y la ecología, podemos tener distintas cosmovisiones. Por ejemplo, hay quienes asumen que el valor de existencia y derechos lo tienen todas las formas de vida incluida las no humanas y la estrecha relación de estas son necesarias para el equilibrio ambiental, otros, consideran al ser humano como actor principal con el medio natural que nos rodea, asumiendo el medio ambiente como una propiedad humana (Rozzi, 2019).

 

En el caso particular de la cosmovisión cristiana en su forma más profunda y sensible, tendría que acercarnos al cuidado de la creación, lo cual implica en la reflexión cristiana, superar la visión de que los seres humanos estamos por encima y tenemos la voluntad para someter a toda la creación (Trujillo 2020), postura que se asume cuando en la hermenéutica bíblica y, por lo tanto, en nuestro accionar con la naturaleza, está presente la influencia de la cultura patriarcal y por lo tanto se agrede al equilibrio de la ecología social y natural, se busca la apropiación de los recursos y dogmatizar hacia verdades “absolutas”. Como consecuencia de esta interpretación de la realidad, se desacraliza el planeta al distinguirlo y separarlo de Dios, poner al Creador y la criatura por separado en la cual el hombre al considerarse imagen y semejanza de Dios tiene toda voluntad sobre la creación, y esta postura, nos lleva al antropocentrismo, es decir, el hombre como representante y administrador de Dios en la tierra y la naturaleza caída, en “pecado” (Boff, 1996). Superar esa mirada del hombre por encima de la creación, supone abrir nuestra comprensión y corazón –pensamientos, sentimientos y conexión con la creación - para tener la convicción de que somos parte de la creación, tener una mirada profunda del texto bíblico más allá de las categorías de “sujetar y dominar” a la naturaleza, por una mirada de “hagan que la tierra sea habitable” (Trujillo 2020). Leonardo Boff nos recuerda la encíclica ecológica del papa Francisco y su advertencia de que estamos lastimando en estos dos últimos siglos a nuestra casa común como nunca antes en la historia de la humanidad. El grito de auxilio de la tierra y del pobre es producto del sistema capitalista en el que vivimos, por lo que es importante proponer para superar todo el daños que estamos generando al planeta y a la humanidad el paradigma del CUIDADO, que nos permita relacionarnos de manera sensible, respetuosa y responsable con la naturaleza y los seres que habitamos en la madre tierra. “Si el paradigma dominante es de puño cerrado para someter, el del cuidado es de la mano extendida para entrelazarse con otras manos y proteger la naturaleza y la Tierra”. (Boff, 2020).

 

Guerrero (2011), reflexiona que el despertar de nuestra esencia humana para el cuidado, nos lleva a la conciencia y la ternura para conectarnos con el cosmos, la naturaleza, todos los seres humanos y no humanos y el mundo en general, así, la ternura se convierte en una fuerza que nos moviliza para la defensa - ante fuerzas destructoras - de la vida y los rostros de la naturaleza y de seres humanos a quienes amamos, en ese sentido la ternura es condición y vivencia espiritual, ética y política.

El cuidado es una emoción básica que nos motiva a la acción para la empatía, la ternura y la solidaridad, como emoción básica, el cuidado es parte de nuestra naturaleza humana (Panksepp, 2005. Citado por León, 2012). Sin cuidado, la naturaleza y los seres humanos estamos destinados a la muerte. El cuidado origina una cultura de la ternura que se expresa en el amor que se opone a la destrucción de la vida, la solidaridad que busca superar la competencia, el compartir frente al individualismo, egoísmo y poder, y el consumo sobrio superando el consumismo destructor (Boff, 2020). Esta vivencia del cuidado y la ternura, se hace realidad en la cosmoexistencia de los pueblos originarios andinos.

 

La cosmoexistencia, sabiduría de los pueblos indígenas.

CUIDAR de la creación implica superar las prácticas de consumo y depredación que en el sistema hegemónico desde el capital se nos ha impuesto, desde este mismo sistema se proponen soluciones tecnócratas y racionales para mitigar la crisis ambiental, como revisar el mismo modelo neoliberal y eliminar las resistencias económicas y políticas permitiendo la participación de la ciudadanía (López, 2021), pero son insuficientes. La mejor oportunidad que tenemos como humanidad para el cuidado de la casa común, la madre tierra y nuestra permanencia como especie en ella es aprender de la sabiduría de las poblaciones indígenas, principalmente de los andes americanos y en estas de la sabiduría de la niñez. No desde una única visión e interpretación de la realidad con modelos puramente racionales, sino desde la cosmoexistencia, donde la experiencia, la reflexión, el afecto, la ternura y el corazonar están presentes.

 

Cosmoexistir implica tener la vida como eje, horizonte y práctica. En la sabiduría andina, en los pueblos del Abya -Yala, toda la vida es parte del orden cósmico de la existencia y el sentido de armonía con este orden siempre está presente en la vida misma del poblador andino (Guerrero, 2011). Esta sabiduría ancestral de la relación cercana y afectiva con la creación y todos los seres que la conforman es profundamente espiritual en cuanto se busca relaciones armónicas con los seres no humanos, humanos, el creador y uno mismo. La práctica del cuidado, en la vivencia del poblador andino se traduce en la capacidad de criarnos, ayudarnos a crecer mutuamente, así, la naturaleza cría a la humanidad, la humanidad cría a la naturaleza, el adulto cría a la niñez, y la niñez cría a los adultos y para cuidar y criar es necesario el “encariñamiento”, en palabras de Guerrero (2010), el “corazonar” como vínculo afectivo y de comprensión, es decir el sentipensar.

 

Esa búsqueda constante de la población andina -de ser, pensar, sentir y hacer en el cosmos, la existencia, en el territorio, en la Pachamama (madre tierra)- no es solo desde la racionalidad, sino desde la vivencia misma, como “acto de profundo amor a la vida y a la naturaleza de la cual forma parte, sintiendo profundamente y construyéndolo día a día en los territorios del vivir” (Guerrero, 2011. P. 31). Esta vivencia, desde el más profundo amor para acercarnos al corazón de la vida y el buen vivir en el territorio con los otros humanos, bosques, montañas, ríos, animales y toda forma natural, es el Sumak Kawsay.

 

La cosmoexistencia desde el Sumak Kawsay o buen vivir, surge como búsqueda de relaciones en armonía con el buen corazón de uno mismo hacia el corazón de la existencia, es una herencia ancestral de los pueblos del Abya- Yala y surge desde situaciones de crisis y tensiones (Cardoso, et.all, 2016), como la crisis civilizatoria en la que vivimos actualmente, en donde el riesgo a nuestra madre tierra y nuestra existencia misma nos lleva a replantearnos nuestra posición en el cosmos y las prácticas de cuidado que tenemos o no. El Sumak Kawsay, es una práctica y visión holística, es decir, a la vez plenitud espiritual, social, ecológica, económica y política integrado al sentido de pertenencia al territorio, a la madre tierra (Guerrero, 2010). Por lo tanto, no puede haber actividad, pensamiento y sentimiento humano que agreda el vientre y corazón de la Pachamama, de la creación, de la cual somos parte.

 

Niñez y Sumak Kawsay, reflexión final.

Cuando se estrenó “Avatar” de James Cameron en el 2009, tuvimos la oportunidad de acompañar a un grupo muy nutrido de niñas, niños y adolescentes de poblaciones andinas a ver la película, para muchas y muchos de ellos era la primera vez que asistían a un cinema. Las reacciones que vimos en ese grupo era de indignación por la invasión y agresión a la madre naturaleza y sus pobladores realizada por los alienígenas humanos, se dieron expresiones y celebraciones desde el sentido de justicia, sin duda eran ellas y ellos protagonistas del film, de la misma manera que la niñez andina es protagonista cotidiano de la vida y la cosmoexistencia en sus territorios.

 

Ancestralmente en el Abya- Yala, la niñez es parte, es útil para la comunidad (ayllu) y la familia en cuanto a su contribución presente y futura en el trabajo y el cuidado en el sentido más amplio. Incluso la niñez se asocia a la noción de riqueza, es decir, más niños y niñas en la familia, más “riqueza”[1] (Golte, 2007).

 

Las niñas y niños, son personas que buscan pertenecer a la colectividad para afirmar su identidad de pertenencia cultural, asumen responsabilidades desde muy tempranas edades y de acuerdo a sus capacidades, participan en asambleas, decisiones y acciones comunitarias (Rico, A. Corona, Y. Núñez, K. 2018). En el corazón de la población indígena andina, las niñeces son “semillas de la humanidad” (Guerrero, 2010, pp 275), y al no estar colonizadas todavía su mente y sentimientos, tienen la posibilidad de construir naturalmente la sabiduría del “Sumak Kawsay” o el buen vivir, desde su alegría, ternura, solidaridad, curiosidad y creatividad, están dispuestos a convivir en la diversidad y en armonía con la naturaleza (Guerrero, 2010).

 

En el corazón de los runas (personas), que incluye a la niñez, se produce el cosmovivir, comoexistir, cosmosentir, cosmopensar, cosmodecir y cosmohacer. Las niñeces y juventudes andinas van tejiendo la vida con los hilos de la espiritualidad al buscar vivir en armonía con la naturaleza y los otros (Mendoza, 2022). Eso explica, que en el corazonar del poblador andino, que ha migrado siempre, está presente retornar al territorio, para llenarse nuevamente de la tierra, al ayllu (familia y comunidad) y su identidad desde prácticas simbólicas de esas relaciones y espiritualidad.

 

Entonces, ¿cuánto podemos “enseñar”, desde nuestra postura patriarcal y adultocéntrica a la niñez de poblaciones indígenas andinas y amazónicas sobre el cuidado de la creación, sabiendo que el cuidado desde la cosmoexistencia y vivencia de ellos en sus territorios es parte de su cotidianidad?, ¿cuánto conocimiento podemos incorporar en sus mentes para el cuidado de la creación, si en la sabiduría de su niñez y pueblo se encuentra la visión, práctica, sentimiento y cuidado tierno de la madre tierra? Quizás somos nosotros, los de las ciudades, las de las ciencias puramente racionales, la de los trabajos sociales con mediciones cuantitativas y herramientas estandarizadas, las personas de verdades únicas y absolutas quienes tenemos que beber y aprender de esa sabiduría existente en la niñez indígena para el cuidado tierno de nuestra madre tierra, de la creación.

 

Referencias bibliográficas:

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[1] El pobre, wakcha en quechua, es quien carece de vínculos y una red amplia de personas en su familia y comunidad.