Escrito por: Jesiel Carvajal, Coordinador de Fe y Desarrollo World Vision Ecuador

 

Una de mis prácticas dominicales es, al estilo pastoral un “poco antiguo”, pararme en la puerta de la iglesia para dar la bienvenida a los hermanos, hermanas y asistentes que llegan al templo para el culto dominical. Me encanta esta tarea pues en ella observo e interactúo con variados públicos: esposas, esposos, mujeres jefas de hogar, adultos mayores, indigentes, jóvenes y claro niños y niñas. En este simple ejercicio pastoral se conjugan elementos de seguimiento de la fe, necesidades integrales de las personas, análisis de la realidad, entre otros.

 

Últimamente me ha llamado poderosamente la atención el caso de dos abuelas que llegan con sus nietos a la iglesia. La una debe salir de su casa hasta la de su hijo para tomar al niño de siete años y luego dirigirse a la iglesia; esto le lleva aproximadamente una hora y media en transporte público. La otra abuela la tiene más fácil pues su hijo llega a dejar los niños a casa y luego de caminar cinco cuadras llega feliz con sus nietos a la iglesia.

 

Ver ese cuadro, mientras doy la bienvenida, me llena el corazón, me lleva a hacer preguntas, me conduce a visualizar la importancia que tienen los adultos en la formación espiritual de la niñez. No está por demás decir que veo otras realidades como las siguientes: parejas de esposos llegar con sus niños en sus vehículos, madres solteras llegar con sus hijos, niños y niñas que llegan solos a la iglesia, entre otros. En esta oportunidad comparto el caso de las dos abuelas.

 

Al preguntarles, de manera separada, ¿por qué se dan este trabajo de llevar a sus nietos la mañana de los domingos? me responden como si se hubieran puesto de acuerdo: “Pastor, al menos ellos que vengan a la iglesia ya que sus padres no lo están haciendo”, “Pastor, si no lo hacemos nosotros nadie lo hará”, “Pastor, qué importante es que ahora que son chiquitos aprendan de la Palabra de Dios”, “Pastor mi hijo y mi nuera trabajan los domingos”…luego del abrazo enmarcado en “la nueva normalidad” veo cómo se alejan de la entrada del templo y van a dejar a sus nietos al aula de la Escuelita Dominical.

 

Según la encuesta regional de Encuentro con El Corazón – Espiritualidad y salud mental de la niñez realizada en el 2021 por World Vision, las niñas y niños han compartido que no logran establecer relaciones espirituales basadas en el amor incondicional con los adultos de las comunidades de fe (3%), educativa (3%) y territorial (1%) y solo un poco más de la mitad (52%) de los ellas/os con algún adulto de la familia.

 

Una de las lecturas que podríamos hacer al intentar poner en diálogo la realidad de estas dos abuelas con estos resultados concluiríamos, sin mucha demora, que si los adultos de la familia donde está el niño (52%) no cumplen su rol de acompañar e involucrarse en los procesos de fortalecer la espiritualidad de la niñez a través de actos concretos como acompañarlos hasta la iglesia, será muy complicado que ellos vean en la iglesia un colectivo donde establecer relaciones significativos y duraderas desde la espiritualidad y el amor (3%). Con esto no estoy limitando el ir a la iglesia como el único acto a través del cual se lo pueda hacer, tan sólo es un diálogo desde esta realidad que veo los domingos en mi iglesia con la investigación realizada.

En la historia compartida encuentro al menos seis aspectos determinantes desde los que los adultos podemos ser incidentes en la formación espiritual de la niñez:

 

  • Proactividad. Tomar la iniciativa, en este caso, de hacer lo que otros no pueden o no están dispuestos. No dejar caer los brazos en medio de lamentos y críticas. Ante la crisis de los cuidados siempre Dios provee de una persona adulta significativa que puede ser de respaldo a los niños y niñas para su crecimiento espiritual.
  • Disciplina. Para tomar decisiones y acciones concretas como ir, buscar, caminar, generar espacios de encuentro entre el niño y la comunidad de fe.
  • Acompañamiento. Estar ahí, llegar juntos, dejar al niño o la niña en su aula de encuentro con la Palabra de Dios y con los amiguitos y amiguitas de la iglesia, retornar juntos a casa.
  • Ternura. Diálogo amoroso, explicación de sentidos de lo sagrado, de lo que es y hace la iglesia, de lo que podemos dar a los niños y niñas de manera espontánea y comprometida.
  • Generosidad. Para dar el tiempo, para generar diálogo y preguntas en el niño que le remita a una espiritualidad dialogante y consensuada mientras se camina y se va a la iglesia. Nada es a la fuerza o por imposición.
  • Diálogo. Para dar a conocer estas historias de vida de los niños y niñas a los maestros y catequistas que los reciben en las comunidades de fe, de manera que puedan honrar con palabras de ánimo y afirmación a los niños y niñas que llegan a aprender de Dios.

Seamos parte de aquellos y aquellas adultas significativos en la vida de los niños y niñas que nos rodean, asumamos con seriedad y ternura esa tarea que está siendo postergada y que cada vez se hace más urgente: la de contribuir de manera practica y generosa a su formación espiritual que como vemos, pasa por aspectos integrales como lo relacional, lo generacional, lo didáctico y demás.

 

“Y cuando se cumplieron los días… le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor” (Lucas 2:22 a,c)

 

BIBLIOGRAFÍA

Encuesta regional de Espiritualidad y Salud Mental de la Niñez: Encuentro con el corazón