Escrito por: Tamar Montilla | Pastora en Iglesia CEBAP y Decana Académica en el Seminario Teológico Bautista de Chile.


 

“De pronto, así como de la nada, apenas sonó el silbato que indicaba el término de la clase, todos, niños y niñas, salieron rápidamente al patio del recreo para jugar a la rayuela o al avioncito. Dibujaron los casilleros en el suelo con un pedazo de tiza, colocaron la numeración y, siguiendo el ritmo de los turnos, las pausas y las reglas, avanzaban, animándose, gritando, riendo... El patio se llenaba de sonoridad y alegrías. Las complejas divisiones y otras operaciones matemáticas quedaron apartadas por un momento en la sala de clases. Se dispusieron a disfrutar el momento, a intercambiar la vida”.

 

Los adultos tenemos mucho que aprender de niños y niñas. Ellos tienen mucho que aportarnos en cuando a las capacidades para el juego, el disfrute, la plenitud. Antes de avanzar, podríamos preguntarnos ¿Qué entendemos por juego? ¿Cuáles son las características que hacen que el juego sea juego? ¿Quiénes participan? ¿Cuáles sus bondades? ¿Cuál es su conexión con la ternura y la espiritualidad? ¿Hay edad para jugar?

 

Desde el punto de vista de Daniil Elkonin[1], puede comprenderse el juego de variadas maneras, es decir, existe un abanico de alternativas que pueden ir desde las manipulaciones de un objeto en las manos del bebé de meses hasta los juegos de edades más avanzadas como el ajedrez, el fútbol y otras disciplinas. También, de acuerdo con este autor, se puede hablar de juego imaginativo, individual, social, simbólico, cooperativo, de ficción, socio-dramático, de roles, creativo, entre otros. El propósito de este artículo es acentuar el valor personal, comunitario y espiritual del juego, más allá de proponer una teoría integradora de este, se trata de una autorreflexión sobre los beneficios que provee para una espiritualidad plena y liberadora sin distinción de edades ni condiciones.

 

De manera intuitiva una de las primeras características sobresalientes del juego es la libertad. Sin embargo, esto puede representar una paradoja, ya que, salvo honrosas excepciones, en que el juego transita por la vía de la espontaneidad, por lo general, éste se desarrolla en un marco de referencias o normas que guían la manera de relacionarse, actuar, dinamizar y alcanzar metas.[2]

 

Según menciona Carmen Trigueros[3] existen otros rasgos del juego que son relevantes, en especial, si se está en la búsqueda de senderos de espiritualidad y ternura. Por ejemplo, la autora menciona que el juego no es la vida misma, es “un escape de la vida corriente” permitiendo un espacio desinteresado, flexible, que satisface lo más íntimo del ser. Además, es una propuesta dinámica, en la que en un “ir y venir”, entre ritmos y armonías, a través de una serie de acciones establecidas se alcanzan propósitos y metas. El juego produce “tensión, emoción y misterio”. De estos momentos tan espléndidos y nutritivos se pueden generalizar los beneficios a las dimensiones para prácticas de la vida. Por ello, jugar, no queda limitado solo al tiempo y espacio, sino que tributa con su bendición a todas las dimensiones del ser y a todos los ámbitos de desenvolvimiento.

 

De esto trata la espiritualidad. De pausas, de misterio, de “escaparse” momentáneamente para tomar nuevas fuerzas y después continuar. De conectarnos con el Dios trascendente, su misterio y silencio, entre acciones y movimientos, con espontaneidad, como persona, niña, niño o adulta, en comunidad, buscando el camino para el tierno cuidado, la plenitud y la libertad.

 

Sin embargo, en las comunidades cristianas es común encontrar barreras para reflexionar a partir del lugar y valor del juego. Se suele entender, como en otros grupos sociales, como comportamientos desordenados, con una mirada descalificadora debido a los prejuicios asociados al concepto de niñez, pues se han normalizado las conductas propias de la adultez, que coartan la libertad para la expresión emocional espontánea, entre otros aspectos. En espacios así, el juego es “cosa de niños”, conllevando una carga negativa que genera rechazo y devalúa sus beneficios en cualquier momento y edad de la vida.[4]

 

El relato de la Creación en Génesis 1:31- 2:1-3 es bien conocido por la descripción que explica el origen de la vida por las manos de Dios. Pero, haría bien a la vida cristiana reconocer otros aportes de este pasaje. Hay otros atributos divinos además del poder creador. Está la capacidad para el disfrute que se expresa en el adjetivo “bueno” para referirse a lo que había creado[5]. Es decir, Dios fue capaz de alegrase, sentirse dichoso por lo que recién estaba ocurriendo. En los siguientes textos se incorpora la categoría reposo[6], pausa, que, desde la lúdica, comunica un principio fundamental para la dinámica humana: la necesidad del descanso digno. En el sentido pedagógico, Dios nos deja esa pauta, desde el principio, para que valoremos que la vida que incluye la recreación, el juego y la lúdica, lo que trasciende a la etapa de la niñez para convertirse en un eje transversal para el pleno desarrollo de la vida humana en todas las franjas etarias.

 

Finalmente, referir a la metáfora del Reino en el profeta Isaías 11:6-9. Esta que alude al juego, a tiernas formas de relacionarse que contravienen la lógica y, en especial, la lógica adulto-céntrica. El profeta habla de la llegada del Mesías y de las características del Reino. Para ello, pinta delante de nuestros ojos unos cuadros donde aparecen, contrastando y armonizando, el lobo y el cordero, el leopardo y el cabrito, el becerro y el león, la bestia y el niño pastoreando, la vaca y la osa, el león y el buey. El Reino toma un rostro tierno, de niño. Solo en la mente de los niños estas contradicciones son posibles. Todos los binomios comunican igualdad, cambio, justicia, ternura. Si Dios siendo magnánimo no tiene reparos en comunicarse de esa manera, ¿por qué nos cuesta tanto encontrar rasgos de espiritualidad en el juego simple y honesto? ¿por qué nos sentimos tantas veces restringidos por la conciencia o la seriedad adulta que nos impide disfrutar de espacios de espiritualidad y juego? ¿Qué figuras en el Texto Sagrado pueden ser más inspiradoras y espirituales que el Mesías y el Reino de Dios?

 

El juego se coloca en un lugar de privilegio para explorar la profundidad humana en cualquier momento de la vida. Nos extiende una invitación para que abramos espacios para ser, crecer, equilibrarse, encontrar bienestar, dialogar con otro, restaurarse, descansar, experimentar confianzas, hacer equipo, proyectar la vida. Quizás, como Zacarías[7], podamos orar juntos: “Señor, llena nuestras calles, llena la ciudad, de muchachos y muchachas que jueguen en ellas, que seamos capaces, los adultos, de tomar aprendizajes para la vida, de desabrochar nuestra espiritualidad mientras nos acompañamos mutuamente con la más tierna actitud”

 


Bibiliografía

[1] Daniil Elkonin. Psicología del Juego. Mesa Redonda, Nuevos Horizontes: El Juego. Volumen X. Editorial Pedagógica. Moscú, 1978.

[2] Sabean, Aragón y Anderson. El juego: Una perspectiva cristiana. Cuaderno 8: El juego y el recreólogo. Escuela de Educación Física y Deportes, Universidad de Costa Rica. Asociación Internacional de Campamentos Cristianos América Latina, 2013.

[3] Carmen Trigueros. Reflexiones acerca del juego. Revista Digital. Buenos Aires, 2002

[4] Ibid.

[5] “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.” (Gn 1:31)

[6] “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo” (Gn 2:2).

[7] Zacarías 8: