¿Has caído en la cuenta de la necesidad de ir a pasear a la playa, al campo abierto, la pampa o las montañas para disipar el estrés, descansar o cambiar de ambiente?
Ese impulso de salida está programado en nuestra naturaleza humana. Somos seres movidos por energía interna, que nos hace apreciar lugares para recargar esas baterías psico- espirituales y emocionales. “Está científicamente demostrado que, el solo poder estar caminando sin zapatos sobre la tierra o el pasto nos transmite mucha más energía y las personas se sienten mucho más a gusto” 1 (El Comercio/ GDA, 2023).
Esta actividad que algunos llaman “Grounding”2 (Bence, 2023) identifica la capacidad humana de conectar con la tierra y su campo energético. Sucede una descarga de energía que involucra a todo el sistema límbico que poseemos. Esta actividad es gratificante además de reparadora, por tanto, conectar con la naturaleza ayuda a reparar y equilibrar los procesos internos de nuestro cuerpo, motivando la disposición del espíritu para encontrarnos con la trascendencia.
La conexión que sentimos es real, necesaria y estimulante. No es un acto aislado que sólo unos cuantos buscan o hacen, sino que es un impulso muy interno que representa la humanidad misma. Decimos esto dado que, en la naturaleza, descubrimos la existencia a la luz de las sensaciones que nos abarcan, los sentimientos que repasan el corazón, los pensamientos que cruzan por nuestra mente y, al hacer consciencia de toda esta experiencia, concebimos paz.
Este espacio gratificante entre la naturaleza se arraiga en nuestro ser interior y por momentos sentimos que no queremos dejar ese lugar, es el reconocimiento de la pertenencia y pertinencia de estar ahí, conectar, nos sentimos parte y necesitábamos estar ahí.
Entre estos aspectos de la vida, la experiencia de conectar con la naturaleza evoca el encuentro con la trascendencia. Nos evoca las palabras originarias de la tradición cristiana para retomar la relación espiritual con la naturaleza. En el segundo relato de la creación, presente en el libro del Génesis, encontramos las palabras de Dios que expresa la realidad intrínseca del hombre: “no le hace bien… estar solo”. Antes de crear a la mujer como ser igual al hombre, crea a los animales, seres vivos sintientes, que expresan en un lenguaje universal la interdependencia con los hombres que implica la coexistencia. La relación con los seres vivos animales es entonces una forma de convivir, compartir la existencia, orientar nuestra capacidad de relación hacia otros diferentes a nosotros, cuidar y proteger a los animales es parte de la responsabilidad personal del hombre que se reconoce parte de la naturaleza entre los seres vivos. Es aquí donde nos sentimos parte de una comunidad, todo un ecosistema en el que habitamos, nos movemos y existimos3.
Al reconocer en la naturaleza esa conexión, interdependencia de uno al otro, motiva al cuidado y promoción de los elementos necesarios para su reafirmación en la vida de todo hombre y mujer, así como de todas las niñeces del mundo. Ese movimiento debe nacer conscientemente del corazón, como centro y motor de la actividad sensible en la humanidad. Esta actividad reflexiva toma la palabra del lenguaje universal de la creación. Un lenguaje que no es perceptible alfabéticamente, sino empíricamente, es decir, experimentamos la llenura de sus sensaciones y transmisión de conocimientos auténticos y ancestrales.
Podemos entonces identificar la Ecoternura dentro de este lenguaje capaz de conmovernos y hacernos preguntar por el sentido de la vida, los planes de futuro, despejar las dudas del corazón al hacer “polo a tierra” a partir de la experiencia de conexión con los elementos de la naturaleza. Nos provoca ganas de seguir llenándonos del bienestar, la energía creadora y creativa que nos inunda, reactiva nuestra fuente más interior de humanidad. El afecto viene a ser entonces la forma de relacionarnos en nuestro ecosistema natural, ayuda a redescubrir la espiritualidad que empapa el ambiente que nos rodea.
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Prueba de esta experiencia es el hecho de que recordamos con afecto aquellos lugares que marcan nuestra vida personal, nos provoca marcar nuestra estadía, el lugar envuelve una carga positiva de afecto que nos presenta personas, actividades, motivos y decisiones vividas. Llegar a la playa, la montaña, la sabana, el río, nos conmueve el corazón con una cantidad de emociones que provoca vida. “Decimos que recordar es volver a vivir” y si identificamos con la Ecoternura la naturaleza del lugar, reconocemos una huella del afecto compartido y experimentado. Es una huella del Creador mismo que une el pensamiento y el afecto en una experiencia particular que sana, da plenitud y fortalece.
Escrito por: Wanmar Loáisiga. Especialista en fortalecimiento de capacidades a iglesias para el Proyecto de Discipulado Cristiano en Visión Mundial Nicaragua.
1Grounding - 4 sencillas formas de bajar los niveles de estrés a través del contacto con la naturaleza - EL PAÍS Uruguay (elpais.com.uy)
2 (Bence, 2023)
3 “Puesto que en él vivimos, nos movemos y existimos. Como algunos de sus propios poetas han dicho “de él somos
descendientes”. Hechos 17, 28 (NVI)
4 Salmos 19:1-3 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)