Escrito por: Gladis Rivera | Coord.ª Del Programa Espiritualidad, Protección y Educación en WV Nicaragua
Es muy común escuchar y pensar que no podemos dar a los demás lo que no tenemos para sí mismos. En la vox populi de nuestros pueblos solemos asumir que en los modelos de crianza tradicionales- marcados por un sistema cultural en el que imperan las conductas patriarcales- las personas adultas educamos y traspasamos a las siguientes generaciones lo que hemos recibido de nuestros antepasados. Es así que podríamos pensar que nuestros sentimientos y emociones están predefinidas desde nuestro núcleo primario de socialización: la familia, la base de lo que definimos como hogar.
Uno de estos sentimientos, es la ternura. Reflexionemos por un momento: ¿es la ternura un sentimiento inherente a nuestra condición humana? ¿Es válido pensar que si no recibimos ternura en nuestra infancia seremos incapaces de brindar a nuestros hijos y seres queridos este sentimiento cálido y satisfactorio en nuestras relaciones personales? ¿Es acertado pensar que las mujeres somos más tiernas que los hombres? Entenderemos la ternura como ese sentimiento muy íntimo de nuestra naturaleza que nos provoca realizar diversas acciones (amar, cuidar, mimar, aliviar, hablar) de una manera gentil y delicada para expresar cariño o afecto hacia una persona u otro ser vivo.
En el Evangelio de Lucas, el discípulo atestigua una conducta tierna de nuestro Señor Jesucristo hacia el samaritano: “Mas un samaritano que iba de camino llegó cerca de él y, al verle, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole sobre su propia cabalgadura, le llevó al mesón y cuidó de él (Lucas 10, 33-34). En este pasaje somos testigos del sentimiento no sólo de misericordia que tiene Jesús hacia el enfermo, sino también de la ternura y delicadeza de nuestro Señor por cuidar de él para su sanación.
Brindar ternura a los demás es un acto voluntario que nos mueve desde lo más profundo a tener un sentimiento de amor al prójimo. Y es casi imposible pensar en desligar el amor del sentimiento de la ternura. Somos tiernos en tanto sentimos amor por el prójimo, siendo estos nuestros hijos, amigos, desconocidos. La ternura sobrepasa nuestra calidad de ser padres o madres, sobrepasa nuestras profesiones u oficios, sobrepasa nuestro sexo. La ternura es una condición humana, y de otros seres vivos, por expresar afecto, brindar seguridad, dar consuelo a los demás, animar, etc.
Nuestro hogar, es sin duda, nuestro primer y quizás más importante referente de la ternura que experimentaremos en la vida. Sin embargo, no es ni será el único a lo largo de nuestra existencia. En el hogar aprendemos a conocer la expresión del amor incondicional, a sentirnos protegidos a pesar de las vicisitudes en nuestro entorno, otros nos cuidan y aprendemos a cuidar, aprendemos a expresar nuestro afecto, a ser tiernos. El hogar es nuestra primera escuela de la ternura, cómo vivir y brindar la ternura.
¿Cómo podemos expresar ternura en nuestro hogar, de manera que hagamos de este espacio un ambiente más armonioso y de crecimiento personal para nosotros mismos y los demás?
Ser una persona tierna implica tener ese sentimiento de manera espontánea, pero también requiere tener voluntad propia por querer expresarlo. En nuestro hogar, hay múltiples y sencillas maneras de expresar ternura a quienes nos rodean. Leamos aquí algunas de ellas:
Es así que la ternura es un puente más que nos acerca al Señor y a su reino, permitiéndonos vivir nuestra vida y nuestras relaciones con los demás experimentando este sentimiento satisfactorio en el que nos regocijamos para nuestro bienestar y el de los demás.