“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la pequeñez de su sierva.”
— Lucas 1:46-48
Autora: Joselyn Rivera
El Adviento es un tiempo para reflexionar sobre cómo el amor y la presencia de Dios se hacen visibles en lo cotidiano. Es el tiempo en que el Creador del universo se encarna en el vientre de una humilde mujer de una comunidad marginada, y el Reino de Dios se manifiesta de manera silenciosa e inesperada.
A través de su canto, María nos da evidencia de que ha comprendido que Dios se hace presente en lo pequeño. Su corazón se alegra porque Dios ha puesto su mirada sobre ella, a pesar de estar acostumbrada a ser ignorada e invisible ante los ojos de los poderosos. “Ha mirado la pequeñez de su sierva”, canta María, y con su cántico nos recuerda que nuestra alegría depende de que Dios ponga su mirada en nosotros para disfrutar de su Reino.
Por mucho tiempo se nos ha dicho que la alegría depende de los bienes materiales que podamos alcanzar, de los títulos, del poder que podamos tener, de los puestos importantes de trabajo, de la fama y del éxito. Hoy María nos recuerda que la verdadera alegría surge cuando nos sentimos vistos, amados y acompañados por Dios.
Brota de nuestro interior y no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la profunda convicción de que la presencia de Dios se manifiesta en lo pequeño, en lo vulnerable, por insignificante que pudiera parecer.
En medio de una cultura que nos invita a vivir de prisa, el Adviento nos llama a reducir el paso, a detenernos. Nos recuerda que la alegría se cultiva a través del cuidado: cuidando las relaciones con Dios, con nuestro prójimo y con la creación. Todo esto sin dejar de lado nuestro autocuidado, que implica todas las dimensiones de nuestro ser.
La alegría que tiene su origen en el cuidado no es temporal ni superficial, porque no está ligada al tener, sino al ser: a lo que soy para con Dios, para con los demás y para con la creación.
En cada muestra de ternura, el Reino se hace visible y presente. En cada palabra de aliento, en cada pan compartido, en cada mirada sincera y en cada escucha atenta, el Adviento se hace realidad y Dios está presente.
El Adviento nos invita a mirar con ternura los pequeños signos de alegría y esperanza que florecen a nuestro alrededor. Estas preguntas pueden acompañar un momento de diálogo en familia:
1. Silencio y respiración:
3. El gesto: