Lucas 2:6–7“Dio a luz a su hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.”
Autor: Edwin Mira
Hoy encendemos la cuarta vela, la vela del amor, símbolo del corazón abierto que acoge. Su luz nos recuerda que el amor verdadero no se impone, sino que se ofrece y se deja cuidar. Al encenderla, pensemos en todas las vidas frágiles que esperan ternura: un recién nacido, una anciana olvidada, una familia que sufre, una comunidad herida.
Así como María envolvió al niño Jesús en pañales, envolvamos con nuestro amor a quienes necesitan cobijo.
El Adviento llega a su plenitud cuando el amor se vuelve abrigo y hospitalidad: Dios confía su Reino a nuestras manos humanas.
En el silencio de la noche de Belén, el Dios del universo eligió el lugar más pequeño para hacerse presente. No llegó con ejércitos ni discursos; vino como un Niño que necesita ser cargado, alimentado y protegido. En ese gesto divino se revela un misterio: el poder de Dios no se impone, se expone; no domina, sino que se entrega al cuidado humano. Allí, en el temblor de un recién nacido, el amor eterno se hace vulnerable. Lo que el mundo desprecia, Dios lo convierte en su morada.
El pesebre, improvisado y pobre, se convierte en cuna del Reino. Donde no había espacio, Dios crea espacio; donde la vida parecía insegura, brota la esperanza. En los brazos temblorosos de María y José, el amor de Dios encuentra refugio. No hay ornamento ni grandeza, solo ternura y cuidado. El Reino comienza en lo frágil, porque solo lo frágil puede ser abrazado. En ese amanecer de salvación, Dios confía su destino a la ternura humana, y nos recuerda que acogerlo a Él implica cuidar toda vida que necesita ser sostenida.
Acoger al Niño es proteger toda vida que depende del cuidado. Es mirar al niño en vulnerabilidad y reconocer en su mirada la del Niño de Belén. Es ver en la madre que cría sola la fortaleza de María. Es acompañar al joven migrante y descubrir en su caminar la búsqueda del hogar perdido. Es honrar al anciano abandonado como quien custodia una historia sagrada. Es cuidar la tierra herida, el río contaminado, la semilla que agoniza, porque en toda forma de vida palpita el suspiro del Creador. Cada rostro frágil es un recordatorio de que Dios sigue naciendo entre nosotros.
El Adviento nos enseña que acoger no es solo abrir la puerta, sino abrir el corazón: reconocer la dignidad del otro, tocar la fragilidad sin miedo, descubrir en ella el lugar donde Dios habita. Acoger es dejar que la ternura desarme nuestras defensas, que la compasión interrumpa nuestra prisa, que el amor transforme nuestra manera de mirar. El amor cristiano no busca eficacia ni grandeza; busca presencia, esa ternura que se queda al lado cuando el mundo se retira.
Cuando una madre abraza, cuando un voluntario escucha, cuando una iglesia se convierte en refugio, el Niño vuelve a nacer. Cada vez que decidimos cuidar en lugar de descartar, el pesebre se enciende en la tierra. En los gestos silenciosos del amor cotidiano —una comida compartida, un abrazo sincero, una visita inesperada— el Reino se hace carne.
En un tiempo donde el poder se mide en fuerza y control, el evangelio nos invita a reconocer el poder de la vulnerabilidad. La verdadera realeza del Niño está en dejarse cuidar. Allí donde el amor se deja cuidar, Dios reina.
Acoger el Reino es atrevernos a decir, con gestos concretos y con ternura profunda:
“Aquí hay espacio para ti.”
Cada persona de la familia puede tomar un pedazo de tela o pañuelo, y envolver con cuidado algún objeto o figura simbólica que representa vulnerabilidad o en su defecto puede ser la vela. Mientras lo hacen, digan en voz alta el nombre de alguien o algo que quieren cuidar: una persona enferma, una relación, la creación, la esperanza.
Después, coloquen la vela o el objeto envuelto sobre la mesa y oren juntos:
“Señor Jesús, tú que naciste pequeño y vulnerable, enséñanos a cuidar con ternura la vida que confías a nuestras manos. Que nuestro hogar sea pesebre de tu amor.”
Se sugiere dejar encendida la vela unos minutos, en silencio, como signo de su compromiso de acoger la vida con amor.